lunes, 6 de febrero de 2017
El dolor
Siento como el dolor golpea mis sentidos. El dolor físico es el más claro, un golpe, un choque duro y una parte de mi siente un escozor intenso y duro, a veces al principio solo desorientación sin dolor. En ocasiones esto se acompaña de sangre. La visión de la sangre siempre me ha creado una sensación especial muy desagradable y desoladora, como un hormigueo intenso que me recorre de arriba abajo, se me quedan las piernas sin fuerzas, realmente como si yo mismo me hubiera quedado sin una gota de ese licor bermellón espeso.
El dolor, si se acompaña de sangre me recuerda mi especial fragilidad, que al final todo se puede quebrar en un suspiro, casi sin darme cuenta.
A veces, las más, el dolor me golpea desde dentro, desde el cerebro, o desde el corazón, a veces desde algún otro órgano que no termino de reconocer. Mis dolores internos más intensos son el dolor de las perdidas y el dolor de la infelicidad ajena.
Las perdidas duelen, al principio de forma muy intensa y general, desde el cerebro se van extendiendo al resto del cuerpo, más adelante y poco a poco, el dolor se va concentrando en la cicatriz que va dejando el tiempo. Algunas duelen mucho, en otras al final, con suerte, solo se notan unas desagradables cosquillas, cuando algún recuerdo las roza.
La percepción de la infelicidad y el dolor ajeno me hace avergonzarme de mis privilegios, como si no los mereciera. Pero el dolor más grande es sentir a veces, la infelicidad de mis hijos. Sentir impotencia y culpa por sus problemas. Esto me golpea con una crudeza especial, intensa y profunda. Tal vez siempre siento este dolor de forma crónica por mis hijos.
Al final, y mientras tanto, solo las ganas de llorar.
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