domingo, 23 de diciembre de 2018

Fiebre


La fiebre me asalta inmisericorde
y me trae tu presencia en la neblina,
me pongo a tocar en la danzarina
guitarra de tu cuerpo un acorde.

Imágenes de tu bello cuerpo afrutado,
el océano de tu espalda nítida
hogar del tímido delfín invisible
que me arrastra a un viaje atropellado.

Tu espalda es un caliente arenal,
infinito y bello donde mis manos
trazan ríos de azucenas salvajes,
y escriben un azul poema inmortal.

Termina tu espalda y se inicia
un suave valle de miel y luna.
La erección me asalta inoportuna
y un delfín de plata me acaricia.

Tu espalda es el universo exquisito
que acoge mi alma enloquecida.
Delirio enfebrecido, dormito.

Me devuelven sereno y frío
el caldo caliente y el gelocatil,
tu recuerdo me lleva como un río...

Maternidad


Cruce mi cámara con la mirada de esa madre en un mercado del norte de Vietnam, cerca de Sapa. En Vietnam, sentí que yo y mi cámara éramos bienvenidos, o generaban indiferencia, o en los más de los casos incluso llegaba a notar una leve pose, una mirada, un sonrisa.

La mujer que encabeza esta entrada se paro mirando la cámara de frente sin miedo, transmitiendo el orgullo, con su hijo en brazos, de la maternidad. La belleza del gesto me sobrecogió y ahora cuando veo esta foto de nuevo siento ese orgullo, ese vínculo entre la madre y su hijo, indisoluble. La prisa por hacer la foto me llevo a no enfocar bien donde mi cabeza hubiera decidido serenamente, a los dos, o al menos a los de la mujer. Sin querer esta foto refleja más el sentido de la maternidad. el foco puesto en el hijo, protagonista, la madre en segundo plano, guardiana y sostén.

La madre es una persona que acompaña una vida desde su primer instante, desde la fecundación del óvulo, hasta el parto, y a partir de ese momento se crea una unión de una resistencia y fuerza tan inmutable y fuerte como la ley de la gravedad o cualquier otra ley cósmica que pueda hacer girar sin fin planetas y galaxias.

Todo esto viene a hablar de mi madre. No voy a contar mucho, en resumen que es la persona que más amor me ha dado, amor de verdad, porque sí, sin contrapartidas. El dolor de su marcha aún me acompaña. Cuando tengo un recuerdo de afecto profundo, o cuando pienso el alguien especial, entre todas las personas maravillosas que me rodean, me viene ella a la cabeza, siempre. La recuerdo condescendiente  y cariñosa escuchando mis excusas, muchas veces torpes e infantiles mentiras, ante mis, digamos gamberradas, como cuando tiraba el bocadillo de la merienda sin comérmelo o cuando la sisaba unas pesetas de la cartera y otras muchas cosas, más serias, que tampoco voy a contar hoy aquí.

Es curioso como mi memoria, a veces tan floja, me funciona tan bien recordando cosas de mi madre. También recuerdo que no paraba de trabajar y no dejaba de ocuparse de todo ni un solo instante, limpiando, ordenando, cocinando, remendando, haciendo jabón con sosa caústica de una forma que me parecía pura magia, oreando (me encanta esta palabra) mi colchón de lana que tenía una funda de rayas rojas y blancas de los americanos, de cuando el plan Marshall, llevándome al colegio, recogiéndome, y siempre, creo recordar, simultaneando todas estas tareas con el ganchillo o haciendo prendas de lana, siempre incansable y siempre pendiente de los demás, de que no les faltara nada, de dar todo el cariño que podía, en mayúsculas, de dar TODO lo fuera necesario.

Sigo sintiendo el dolor de la perdida y la culpa de no haberla ayudado mucho más en los momentos difíciles, de no haberme despedido mejor de ella, que hablándola y acariciándola el pelo los días eternos que paso en la UCI mientras estuvo en estado de coma. Tal vez un día, con fuerza pueda escribir y contar todo para liberar a los fantasmas que aún hoy pasean sus cadenas por mis recuerdos.

Mi suegra la conoció y se hicieron amigas, a pesar de sus diferencias, o gracias a ellas, encajaron y se llevaban muy bien. Mi suegra, cada poco, cuando nos vemos, la gusta recordarme cosas de mi madres,y yo siempre, siempre, siento unas irrefrenables ganas de llorar.

En esta entrada tuve la tentación de poner una foto de mi madre pero prefiero dejarlo así, este blog tiene como una de sus características acompañar breves textos con fotos mías en blanco en negro, y así se queda. Y también prefiero titularlo en general, para todas las madres, en especial a aquellas que tienen que encargarse de sus hijos sin ayuda. Son todas las protagonistas de ese amor universal y eterno, que yo traigo aquí con el recuerdo de mi madre y está foto de una mujer vietnamita.

Basura


Me gusta tener cosas. Antes las guardaba, todas las que podía, incluso casi más allá de mis posibilidades de espacio para almacenarlas. Todo aquello que fue útil alguna vez me daba pena tirarlo, como si lo estuviera despreciando después de que me había prestado desinteresadamente sus servicios, y aquellas cosas que no me habían resultado útiles tampoco podía tirarlas, pensando que algún día tendrían un valor inesperado.

Me encontré rodeado de cosas que a falta de una utilidad demostrable eran totalmente inútiles, trozos de palets, cajas de fruta, cartones, revistas y periódicos antiguos.... De repente, o después de un proceso no se cuanto de largo y que no fue consciente, sentí el peso, de cada gramo, de todo esto.

Necesité liberarme. Los viajes al punto limpio han sido una constante los últimos tiempos, y cada uno de ellos ha sido una pequeña liberación. Ir haciendo pequeños huecos en casa ha sido higiénico, ver el espacio vacío, que un día si quiero puede volver a ocupar es una delicia. El único misterio de todo esto es que siempre se libera menos espacio de lo que las cosas ocupan, es como si estuvieran comprimidas.

Para ser sincero no me he librado de todo lo inútil. De mucho si, pero el resto lo he escondido para que parezca que no está. Es una pequeña mentira que me digo a mi mismo. Lo único que no he escondido son las piedras, piedras de sitios por los que paso. Están desperdigadas como sin querer (gracias que tengo un pequeño jardín), como si siempre hubieran estado donde están, y por supuesto, tuvieran derecho a no ser molestadas. Así que están dormitando, ajenas al paso del tiempo, esperando que las pinte y cobren vida.

Esto que cuento me ha pasado especialmente con los recuerdos afectivos, no me gustan las fotos, los pequeños recuerdos y adornos (bueno solo un poquito). Me recuerdan el pasado de una forma muy cruel y me confirman que nada de eso que pasó va a volver, no digo que fueran tiempos mejores, digo que los he perdido, y que las cosas no me llenan el vacío que que han dejado. Aquí me ocurre al revés que con las cosas materiales, pequeñas cosas van dejando huecos muy grandes.

Al final por dentro y por fuera, va creciendo el vacío. Solo van quedando piedras.

Pobreza


Cuando veo gente pidiendo en la calle me recuerda que hay personas que no viven como yo. Si no lo veo hago como que no me acuerdo. Tengo mi nevera llena y si se vacía voy a la compra y la vuelvo a llenar sin escrúpulos. A veces repasando lo que hay, cosa que no hago a no ser que ya no entren más cosas y haya que hacer hueco, tiro un montón de cosas caducadas.

También tengo un sofá en el que me tumbo cuando quiero (o cuando me dejan, pero sí quisiera estaría tumbado todo el rato, que me echen si pueden). También tengo dos televisiones grandes, un reloj despertador que de lunes a viernes a las siete de la mañana sufre ataques de sadismo, cuadros en la paredes, un parchís, platos llanos y hondos (que odio del Ikea), y hasta una vajilla de fiesta, que saco cuando viene mi suegra a comer a casa, ceniceros que ya no uso, y centenares (o miles) de más cosas. Hacer este inventario me llevaría muchísimo tiempo (y seguro que olvidaría algo) y sí quisiera sacar todo de casa, estaría varios días sacando cosas y llenaría un camión de la mudanza.

No se en que calle descargaría mi camión, no he visto aún suficiente espacio en ningún banco de la calle ni en el hueco de ningún portal, me tendría que conformar con unos cartones que tengo guardados para pintarlos y con suerte, si cupiera, el colchón del sofá cama (también tengo uno, rojo, para las visitas).

Me cuesta imaginar esa vida en la calle, con las cosas mínimas básicas, en una caja, una maleta vieja o con suerte en un carrito de la compra distraído del Día o algún Carrefour. Cosas para abrigarse y calentarse y poco más, una lata, un sombrero o un pequeño cubo para las monedas. Tengo curiosidad por saber si llevaran algún recuerdo básico de alguna persona querida, a mi me gustaría tener una foto de mi madre.

A veces intento reconstruir, inventar, lo que les ha llevado a estas a estas personas a esa situación, si mala suerte, algún trastorno mental más o menos transitorio, si tienen familia que les busca y les quiere, o si ellos los más afortunados de los suyos, por tener un sitio en una buena calle para pedir o incluso poder estar vivos,... son preguntas sin respuesta en general. Cada persona en esa situación de desamparo tiene su propia y única historia.

No todas los pobres están en la calle, muchos están sus casas, o en casas de acogida llevando una vida en la que solo tienen garantizado, si lo tienen, las necesidades más básicas, que les permiten sobrevivir. Pero los que están ocultos, los que no se muestran, no interfieren con mis sentidos, me permiten continuar con las compras con la conciencia tranquila. No todos eligen la opción de mostrar en publico sus desventuras, mostrando en algunos casos minusvalías o trastornos o desgranando en un cartel lleno de faltas de ortografía toda una serie de desgracias para dar más pena, enfrentándose a la mirada de los demás, a la lástima, al odio, al insulto incluso.

Al final, forma parte del paisaje de las grandes ciudades, nos hemos acostumbrado a verlos como parte casi del mobiliario urbano, pero a veces me asaltan estas dudas, sus historias. A veces hasta siento vergüenza y les observo de reojo, valorando o imaginando su situación. De vez en cuando echo a alguno una moneda para tranquilizar mi espíritu cuando tiro la comida caducada sin abrir. Pero no, mi conciencia no se calma, incluso cuando pienso que repartiendo todas las cosas que tengo no resolvería nada serio (eso quiero creer).

Cuando me planteo si guardo cosas inútiles o las tiro, ahora pienso que estas cosas que para mi son inútiles podrían ser pequeños tesoros para otros que no pueden plantearse nada más allá de los que les cabe en su maleta. Cuando lleno mi nevera pienso en esas personas que miden cada céntimo para comprar algún alimento básico, que puede ser el único que tomen en el día.

Estoy incómodo escribiendo esto, hace un poco de frío. Voy a subir la calefacción y a tomar algo caliente.

Vejez


Poco a poco, casi sin darme cuenta. Hasta que un día algunas cosas que estaban pasando se manifiestan mientras me entretenía ignorando un tiempo, el tiempo, que parecía no pasar ni existir.

Esa mirada de reojo al espejo a esa cara que ya no reconozco apenas, o me da miedo reconocer. Esas arrugas, esos pliegues que estaban escondidos, esas bolsas llenas de algún líquido desagradable sujetando los ojos. Esa mirada furtiva al espejo que me produce desazón y evito. Pero de repente veo mis manos, de venas importantes marcadas bajo una piel cada vez menos tersa. en la que van apareciendo unas pequeñas manchas.

Y sobre todo, darme cuenta, cada mañana, que me cuesta cada vez más tiempo hacer entrar en calor la espalda, hasta que deja de dolerme la zona del sacro. Vaya nombre, sacro, "Sagrado, que está consagrado o dedicado a una divinidad o a su culto...". Tan sagrado y al final es un maldito hueso sin piedad que se dedica a recordarme que atarme los zapatos cada mañana no es tan fácil como parecía, como era en otro tiempo.

El tiempo, el tiempo. Que absurdo. Cada instante es igual que el anterior, que todos los demás. Pero estoy descubriendo que pasan cosas entre un instante y el siguiente, cosas que no podemos percibir de rápidas que transcurren pero están ahí trabajando en la oscuridad, bajo la sombra de las manecillas del reloj.

Veo a los personajes de la foto, que fotografié en la calle Botica de Barajas, y no puedo evitar pensar en esas personas hace muchos años, cuando la señora era una niña pequeña, inconsciente del paso del tiempo, y hago un recorrido imaginando su vida, como cuando quedó embarazada y tuvo al hijo que ahora la acompaña, con cierta impaciencia, en su paseo diario.

Los veo e intento averiguar en que se parece nuestro trayecto vital, desde mi niñez hasta ahora, y me resulta duro ir más allá. Pensar en mi paseo diario en un futuro, cuando el sacro deje de quejarse sordamente y se declare definitivamente en huelga, cuando ya definitivamente mis oídos no sirvan más que para sujetar las gafas de ver. Cuando tal vez ni sepa mi nombre ni reconozca al hijo que me acompañe en mi paseo diario.

Por cierto con la foto que encabeza esta entrada gané el primer premio en el certamen nacional de fotografía sobre el Distrito de Barajas, en 2018. Tal vez el sentido de las fotos sea este, que el fotógrafo se convierta en un dios que puede decidir que instantes merecen ser inmortales. Para Cartier-Bresson, "el tiempo corre y fluye, y solo puede aferrarlo nuestra muerte. La fotografía es un hacha que toma de la eternidad el instante que la ha deslumbrado".

Nada más puedo añadir.