domingo, 23 de diciembre de 2018
Vejez
Poco a poco, casi sin darme cuenta. Hasta que un día algunas cosas que estaban pasando se manifiestan mientras me entretenía ignorando un tiempo, el tiempo, que parecía no pasar ni existir.
Esa mirada de reojo al espejo a esa cara que ya no reconozco apenas, o me da miedo reconocer. Esas arrugas, esos pliegues que estaban escondidos, esas bolsas llenas de algún líquido desagradable sujetando los ojos. Esa mirada furtiva al espejo que me produce desazón y evito. Pero de repente veo mis manos, de venas importantes marcadas bajo una piel cada vez menos tersa. en la que van apareciendo unas pequeñas manchas.
Y sobre todo, darme cuenta, cada mañana, que me cuesta cada vez más tiempo hacer entrar en calor la espalda, hasta que deja de dolerme la zona del sacro. Vaya nombre, sacro, "Sagrado, que está consagrado o dedicado a una divinidad o a su culto...". Tan sagrado y al final es un maldito hueso sin piedad que se dedica a recordarme que atarme los zapatos cada mañana no es tan fácil como parecía, como era en otro tiempo.
El tiempo, el tiempo. Que absurdo. Cada instante es igual que el anterior, que todos los demás. Pero estoy descubriendo que pasan cosas entre un instante y el siguiente, cosas que no podemos percibir de rápidas que transcurren pero están ahí trabajando en la oscuridad, bajo la sombra de las manecillas del reloj.
Veo a los personajes de la foto, que fotografié en la calle Botica de Barajas, y no puedo evitar pensar en esas personas hace muchos años, cuando la señora era una niña pequeña, inconsciente del paso del tiempo, y hago un recorrido imaginando su vida, como cuando quedó embarazada y tuvo al hijo que ahora la acompaña, con cierta impaciencia, en su paseo diario.
Los veo e intento averiguar en que se parece nuestro trayecto vital, desde mi niñez hasta ahora, y me resulta duro ir más allá. Pensar en mi paseo diario en un futuro, cuando el sacro deje de quejarse sordamente y se declare definitivamente en huelga, cuando ya definitivamente mis oídos no sirvan más que para sujetar las gafas de ver. Cuando tal vez ni sepa mi nombre ni reconozca al hijo que me acompañe en mi paseo diario.
Por cierto con la foto que encabeza esta entrada gané el primer premio en el certamen nacional de fotografía sobre el Distrito de Barajas, en 2018. Tal vez el sentido de las fotos sea este, que el fotógrafo se convierta en un dios que puede decidir que instantes merecen ser inmortales. Para Cartier-Bresson, "el tiempo corre y fluye, y solo puede aferrarlo nuestra muerte. La fotografía es un hacha que toma de la eternidad el instante que la ha deslumbrado".
Nada más puedo añadir.
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