domingo, 23 de diciembre de 2018

Pobreza


Cuando veo gente pidiendo en la calle me recuerda que hay personas que no viven como yo. Si no lo veo hago como que no me acuerdo. Tengo mi nevera llena y si se vacía voy a la compra y la vuelvo a llenar sin escrúpulos. A veces repasando lo que hay, cosa que no hago a no ser que ya no entren más cosas y haya que hacer hueco, tiro un montón de cosas caducadas.

También tengo un sofá en el que me tumbo cuando quiero (o cuando me dejan, pero sí quisiera estaría tumbado todo el rato, que me echen si pueden). También tengo dos televisiones grandes, un reloj despertador que de lunes a viernes a las siete de la mañana sufre ataques de sadismo, cuadros en la paredes, un parchís, platos llanos y hondos (que odio del Ikea), y hasta una vajilla de fiesta, que saco cuando viene mi suegra a comer a casa, ceniceros que ya no uso, y centenares (o miles) de más cosas. Hacer este inventario me llevaría muchísimo tiempo (y seguro que olvidaría algo) y sí quisiera sacar todo de casa, estaría varios días sacando cosas y llenaría un camión de la mudanza.

No se en que calle descargaría mi camión, no he visto aún suficiente espacio en ningún banco de la calle ni en el hueco de ningún portal, me tendría que conformar con unos cartones que tengo guardados para pintarlos y con suerte, si cupiera, el colchón del sofá cama (también tengo uno, rojo, para las visitas).

Me cuesta imaginar esa vida en la calle, con las cosas mínimas básicas, en una caja, una maleta vieja o con suerte en un carrito de la compra distraído del Día o algún Carrefour. Cosas para abrigarse y calentarse y poco más, una lata, un sombrero o un pequeño cubo para las monedas. Tengo curiosidad por saber si llevaran algún recuerdo básico de alguna persona querida, a mi me gustaría tener una foto de mi madre.

A veces intento reconstruir, inventar, lo que les ha llevado a estas a estas personas a esa situación, si mala suerte, algún trastorno mental más o menos transitorio, si tienen familia que les busca y les quiere, o si ellos los más afortunados de los suyos, por tener un sitio en una buena calle para pedir o incluso poder estar vivos,... son preguntas sin respuesta en general. Cada persona en esa situación de desamparo tiene su propia y única historia.

No todas los pobres están en la calle, muchos están sus casas, o en casas de acogida llevando una vida en la que solo tienen garantizado, si lo tienen, las necesidades más básicas, que les permiten sobrevivir. Pero los que están ocultos, los que no se muestran, no interfieren con mis sentidos, me permiten continuar con las compras con la conciencia tranquila. No todos eligen la opción de mostrar en publico sus desventuras, mostrando en algunos casos minusvalías o trastornos o desgranando en un cartel lleno de faltas de ortografía toda una serie de desgracias para dar más pena, enfrentándose a la mirada de los demás, a la lástima, al odio, al insulto incluso.

Al final, forma parte del paisaje de las grandes ciudades, nos hemos acostumbrado a verlos como parte casi del mobiliario urbano, pero a veces me asaltan estas dudas, sus historias. A veces hasta siento vergüenza y les observo de reojo, valorando o imaginando su situación. De vez en cuando echo a alguno una moneda para tranquilizar mi espíritu cuando tiro la comida caducada sin abrir. Pero no, mi conciencia no se calma, incluso cuando pienso que repartiendo todas las cosas que tengo no resolvería nada serio (eso quiero creer).

Cuando me planteo si guardo cosas inútiles o las tiro, ahora pienso que estas cosas que para mi son inútiles podrían ser pequeños tesoros para otros que no pueden plantearse nada más allá de los que les cabe en su maleta. Cuando lleno mi nevera pienso en esas personas que miden cada céntimo para comprar algún alimento básico, que puede ser el único que tomen en el día.

Estoy incómodo escribiendo esto, hace un poco de frío. Voy a subir la calefacción y a tomar algo caliente.

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