Me gusta tener cosas. Antes las guardaba, todas las que podía, incluso casi más allá de mis posibilidades de espacio para almacenarlas. Todo aquello que fue útil alguna vez me daba pena tirarlo, como si lo estuviera despreciando después de que me había prestado desinteresadamente sus servicios, y aquellas cosas que no me habían resultado útiles tampoco podía tirarlas, pensando que algún día tendrían un valor inesperado.
Me encontré rodeado de cosas que a falta de una utilidad demostrable eran totalmente inútiles, trozos de palets, cajas de fruta, cartones, revistas y periódicos antiguos.... De repente, o después de un proceso no se cuanto de largo y que no fue consciente, sentí el peso, de cada gramo, de todo esto.
Necesité liberarme. Los viajes al punto limpio han sido una constante los últimos tiempos, y cada uno de ellos ha sido una pequeña liberación. Ir haciendo pequeños huecos en casa ha sido higiénico, ver el espacio vacío, que un día si quiero puede volver a ocupar es una delicia. El único misterio de todo esto es que siempre se libera menos espacio de lo que las cosas ocupan, es como si estuvieran comprimidas.
Para ser sincero no me he librado de todo lo inútil. De mucho si, pero el resto lo he escondido para que parezca que no está. Es una pequeña mentira que me digo a mi mismo. Lo único que no he escondido son las piedras, piedras de sitios por los que paso. Están desperdigadas como sin querer (gracias que tengo un pequeño jardín), como si siempre hubieran estado donde están, y por supuesto, tuvieran derecho a no ser molestadas. Así que están dormitando, ajenas al paso del tiempo, esperando que las pinte y cobren vida.
Al final por dentro y por fuera, va creciendo el vacío. Solo van quedando piedras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario